miércoles, julio 26, 2006

El malo de la película...

En columna editorial del día 22 de julio de "El Mercurio" de Valparaíso, nuevamente el Señor Claudio Oliva nos “deleita” con su discurso en apariencia libertario, pero en el fondo totalitario.

De hecho, parte planteando como dogma de fe que un Estado, para ser moderno, y por lo tanto, digno de considerarse civilizado, debe organizarse políticamente en forma democrática. Continúa afirmando que el Estado de Israel respeta cotidianamente los derechos humanos y hace juicios antojadizos sobre convicciones religiosas y culturales. Termina lamentándose de la muerte de 300 norteamericanos y franceses en un atentado de Hezbolá y de 85 civiles en Buenos Aires, en un ataque a la AMIA. Pontifica además sobre la resolución 1559 de la ONU que el gobierno libanés no estaría cumpliendo y justifica que Israel no debe esperar resoluciones de dicho organismo, sino usar la fuerza en legítima defensa.

Veamos. Primero, la democracia israelí, como todas las democracias occidentales, carece de valores y principios, dejando al libre arbitrio de mayorías circunstanciales definiciones sobre asuntos tan delicados como el bien y el mal.

En segundo lugar, no es efectivo que Israel respete cotidianamente los derechos humanos, salvo que no considere humanos a quienes no son judíos de religión o de raza. En efecto, tratar de imponer su particular concepto de vida a pueblos que culturalmente no tienen por qué adoptarlo es una flagrante violación de aquéllos. También lo es no haber cumplido jamás, desde el año 1948, con ninguna resolución de las Naciones Unidas, como por ejemplo, las N° 181, 212, 194, 303, 33/71, 2443, 3379 y ES 7/9 de la Asamblea General y las N° 242, 446, 471, 508, 509, 513, 520, 521, 607, 636, 641, 694, 726, 799 y 908 de Consejo de Seguridad, cuyos contenidos justamente obligan al ente sionista a respetar los derechos humanos.

En tercer lugar, Hezbolá es un partido político –que pese a quien le pese- tiene alrededor de un 30% a un 35% del apoyo popular, y que fue fundado para luchar contra la ocupación judía. Cierto, tiene una facción amada, pero considerarlo sin más un “grupo terrorista” equivale a considerar terroristas a los judíos del Getto de Varsovia, a los franceses de la resistencia o a los ingleses partidarios de Churchil, durante la II Guerra Mundial, personas todas que se defendían con armas de la agresión alemana. Más encima, el atentado de la AMIA es de los casos judiciales que en Argentina no se ha resuelto, y el grupo libanés nunca se ha adjudicado su autoría. Y desde luego a los partidos comunista y socialista chilenos, a quien el señor columnista siempre ha otorgado legitimidad.

¿Cree el señor Oliva que la vida de los más de 300 palestinos y libaneses –civiles, entre ellos 100 niños- que han muerto sólo en estos últimos 15 días no vale nada? Cree que los miles que han muerto en operaciones de limpieza étnica, como las de Gaza, Cisjordania o Hebrón son ciudadanos de segunda clase? Seamos serios. El conflicto no es, como dice el columnista entre un estado civilizado y un grupo terrorista. Es entre un estado terrorista y un pueblo oprimido por décadas, lo que lamentablemente ha contado con el beneplácito de las “democracias” occidentales que el señor Oliva tanto admira.

 

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sábado, julio 08, 2006

Universidad para todos

Con una frecuencia en alarmante aumento, la publicidad, en particular la televisiva, hace gala del mal gusto. Es así, como se usa y abusa de las faltas de ortografía, del lenguaje procaz y de ordinarieces de todo tipo, con el supuesto fin de atraer a consumidores, presumo, jóvenes.

Pero el asunto ha llegado ya a límites intolerables. En efecto, el grupo empresarial Coca Cola de Chile S.A., para su producto Sprite, lanzó hace un tiempo una campaña publicitaria en los medios televisivos en que uno de los actores expele, con ruido por la boca, sus gases estomacales, lo que evidentemente es del peor de los gustos. Por estos días, hemos visto en TV la versión 2.0 del citado comercial, en que lisa y llanamente se hace una apología del flato, mostrándolo como algo deseable socialmente.

Esto es una consecuencia práctica del tristemente célebre eslogan “Universidad para todos”. Creo que quienes tienen el privilegio de dirigir las grandes empresas deben a lo menos tener un mínimo de cultura y educación y no invadir nuestros hogares con actitudes que de seguro no les gustaría presenciar en el comedor de sus casas.

 

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