sábado, agosto 09, 2008

Carmencita, a un año de tu asesinato


Muchos dirán que mi amiga Carmencita murió de muerte natural. Que nunca se encontró un asesino, una bala, una ampolla de cianuro ni nada por el estilo. Es verdad, nunca se encontró nada de eso. Un 8 de Agosto, hace exactamente un año, Carmencita Weber de Lagos amaneció muerta –según el informe del médico de La Moneda, de un paro cardiorrespiratorio- en la cabaña donde había tenido que mudarse después del sospechoso incendio que había reducido su casa de Concón a cenizas. Esto, solamente un par de meses antes, hecho que la había dejado literalmente en la calle, sin sus recuerdos, sin sus cosas, sin su ropa, sin su “privacidad” –término que pongo entre comillas porque en realidad, tal cual sucedía en los países del bloque soviético, nunca la tuvo.

Pero, me pregunto hasta qué punto puede considerarse como muerte natural el deceso de una persona de su edad –sesenta y tantos años- cuya causa no es un acto de violencia física como un golpe o un balazo, envenenamiento, o nada por el estilo, sino el haber vivido los últimos cuarenta años, dos tercios de su vida, sometida a las más crueles torturas emocionales que puede soportar una persona.

Influyo, sin duda, lo monstruoso que fue su marido Ricardo Lagos Escobar, quien más allá del daño físico que más de alguna vez le hizo –Carmencita recordaba cuando fue arrojada por las escaleras, quebrándose algunas vértebras-, le causó, creo yo, la pena más grande de su vida, cual fue el quitarle a sus hijos, Ricardo y Ximena, poniéndolos en su contra, y, por extensión, a sus nietos, a quienes pudo ver quizás tan sólo unas pocas veces en su vida. Esto no lo sé por boca de ella, sino que me consta a mí, ya que la acompañé en muchas oportunidades en sus gestiones –llegando incluso hasta el mismísimo Palacio de La Moneda- para lograr comunicarse con sus hijos y nietos, siempre sin buen éxito.

También le hicieron daño sus hijos, quienes ya mayores de edad y capaces de razonar y tomar decisiones por sí mismos, nunca dejaron de tratarla de loca, y no contentos con eso, de ventilarlo por la prensa, y sin derecho a réplica. No sólo la trataron de enferma mental, sino también de alcohólica –cosa que me dijo la mismísima Ximena Lagos Weber en una conversación telefónica en Febrero de 2007, siendo que en los muchos años que la conocí jamás la vi tomarse más de media cerveza-, sino que también llegaron al extremo de internarla en clínicas psiquiátricas, sin orden judicial ni médica. ¡A la propia madre! Mi opinión en relación con la conducta de sus hijos pueden leerla en este artículo.

Muy mal se portaron también sus “amigos” del mundo de la política, en particular los de la Alianza por Chile, quienes literalmente se aprovecharon de ella cuando creyeron que podría servirles para obtener algún beneficio político (recuerden la franja del Sí), pero luego, y al ver que la popularidad de su marido Lagos Escobar subía, hicieron comparsa con él, dejándola abandonada a su suerte. La “dada vuelta de chaqueta” de Jovino Novoa es algo que Carmencita siempre recordó con pena, ya que ella le tuvo sincero aprecio.

El círculo de Carmencita quedó reducido a unos pocos amigos –muchos de quienes, quizás por miedo, tampoco la defendieron-, quienes tratábamos de suplir en parte el cariño que sus hijos le negaban, y a uno que otro “casero”: su verdulero, su peluquero, la persona que iba a hacerle el aseo. Nadie más. Comprenderán entonces, tal como dice un antiguo chiste, que “era natural que muriera”, de pena, de estrés, llámenlo como quieran. En buen castellano, terminaron matándola. Entre el marido y los hijos, por mucho que hayan puesto carita de pena en su funeral. Prueba de ello es el estado de lamentable abandono en que está su tumba en el Parque del Recuerdo, llena de tierra y sin ni media flor, la que según antecedentes de que dispongo, sólo la hemos ido a ver cinco personas desde el día que fue enterrada, número que por supuesto, no incluye a sus hijos.

Confío en que Dios le haya compensado todo su sufrimiento terrenal con la dicha de poder estar disfrutando de su Gloria eterna. Bien merecido se lo tenía Carmencita.

 

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