viernes, septiembre 21, 2007

Fiestas Patrias

Terminó la juerga. ¿Terminó? Un largísimo feriado que para muchos no terminará sino el próximo Domingo 23. Para el país, alrededor de medio centenar de muertos tan sólo en accidentes de tránsito, millones de dólares menos producidos, y, gracias a la demagógica ley aprobada en olla Marmicoc, varios cientos de miles de chilenos, obviamente del grupo de los más pobres, imposibilitados de trabajar en una de las mejores fechas del año para hacerlo… Seguramente lo que querían Monseñor Goic, la Presidente Bachelet y su dichosa comisión que estudia los salarios éticos y otros clichés por el estilo.

Claro, había que celebrar. ¿Celebrar qué, me pregunto yo? ¿El triunfo de la ilustración por sobre el catolicismo? Porque los liberales no llevan décadas, sino casi dos siglos, haciéndonos creer que la dichosa fecha, el “Dieciocho”, representa la liberación de Chile de la “tiranía” española, una guerra entre “patriotas” chilenos y “opresores” españoles, siendo que en rigor es tan sólo el comienzo de una guerra civil entre chilenos –o entre españoles- en la que un bando, el liberal, venció al otro. Y tanto vencedores como vencidos seguimos siendo tan chilenos –o españoles- como antes.

Se nos ha hecho creer durante generaciones que el 18 de Septiembre representa el nacimiento de la Patria, siendo que Chile para dicha fecha contaba ya con ya casi trescientos años de historia. Con una religión impresa en el alma: la verdadera, la católica. Con un idioma, el castellano. Con un carácter nacional: ya teníamos una impronta que nos definía como pueblo y nos diferenciaba de los otros en cuanto a chilenos, al mismo tiempo que nos unía a España y a los demás americanos como hijos del mismo Dios y súbditos del mismo Rey.

Se nos ha hecho ver la fecha en cuestión como el gran acto fundacional de la Historia de Chile, despreciando con ello la epopeya de Diego de Almagro, el legado de Pedro de Valdivia, la gran contribución de sucesivos gobernadores, el grandioso aporte de peninsulares y criollos que en definitiva forjaron lo que hoy somos.

Y absolutamente consecuente con dicha “verdad oficial” es que nuestras autoridades –gobierno y oposición- nos embutieron a la fuerza un día festivo adicional y nos prohibieron trabajar, tal cual lo hacía la DIRINCO y sus inspectores en sus mejores tiempos. Se nos indujo, casi como un Mandamiento de la Ley de Dios, a juergear como si se fuera a acabar el mundo, desnaturalizando el sentido que debe tener un día festivo: descanso y reflexión. Se raeggetonizó el país hasta el infinito (en los siete días en que funcionaron las ramadas, a una cuadra de mi casa, no recuerdo haber escuchado ni cuecas ni tonadas, sólo cumbias, corridos, rancheras, raeggeton, rap y otras vulgaridades de origen caribeño-negroide) dejando en evidencia la verdadera intención de quienes fueron encomendados por el pueblo para regir nuestros destinos: convertir a nuestro sufrido Chile en un macro lupanar. ¡Ni las ramadas de travestis estuvieron ausentes!


En el intertanto, hordas de seres semi bestiales, atacaban los pocos comercios que aún atendían público el día 17 en la tarde o en la noche… desde la época de la Unidad Popular que no veía a personas llegar a los golpes por unos kilos de pan, unas bandejas de carne, unas botellas de pisco o unas garrafa de vino. Triste.

Comentario aparte merece otra de nuestras tradiciones, la Gran Parada Militar del día 19… Las Glorias del Ejército. Este ejército, que al más puro estilo de la Iglesia post Vaticano II insiste –con el empujoncito de nuestro Gobierno- en autodemolerse. Porque ya no bastándoles con exhibir aborígenes en su estado natural –como si ellos representaran la chilenidad- no hallaron nada mejor esta vez que travestizar a las cadetes militares mujeres. ¡Con penachos! Al menos los marinos han tenido la delicadeza de poner un toque de femineidad en el uniforme de presentación de las marinesas: la gorra y la cartera. Pero al paso que vamos, en que ni las Fuerzas Armadas son garantes de nada, no nos extrañemos que en un par de años más tengamos que tragarnos –con o sin digerir- el desfile de los cadetes hombres vestidos con falda, lápiz labial, cartera y taco alto… Nunca se sabe.

 

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