lunes, mayo 28, 2007

Suicidas: ¿héroes o cobardes?

Imposible comenzar estas líneas sin manifestar mi pesar a la familia de Juan Marcos Muñoz, quien murió la mañana del 24 de Mayo estando prisionero en dependencias del Batallón de Policía Militar de Santiago.
Agobiado por una persecución vergonzosa, decidió quitarse la vida luego de permanecer encarcelado desde Enero de este año. Estaba siendo procesado por el “secuestro”, en 1976, de la directiva clandestina del Partido Comunista, "delito" que “seguía cometiendo” desde su lugar de reclusión.
Es indudable que el Juez Montiglio –que lleva el caso-, al igual que muchos otros jueces, pasa olímpicamente por sobre las normas legales vigentes y el sentido común. Es indudable que el Magistrado es un instrumento más de la vendetta socialista. Es indudable que don Juan Marcos Muñoz, al igual que muchos otros Oficiales, Suboficiales y Empleados Civiles de nuestras Fuerzas Armadas y de Orden, fue vergonzosamente perseguido y hostigado por haber participado en la exitosa lucha contra el terrorismo, por haber servido lealmente al Gobierno Militar. Es indudable que los procesados no representan ningún peligro para la sociedad, y ni siquiera el derecho a la libertad provisional –que sí se otorga a delincuentes de la peor calaña- les ha sido reconocido.
Tomó una mala decisión, cierto. Quitarse la vida atenta contra la Ley de Dios, y es tan malo como el asesinato o como el aborto. Y él, al igual que los demás que han optado por tal camino tendrán que rendirle cuentas a Aquél, y quienes quedamos acá no somos quiénes para juzgarlos.
Pero de ahí a considerar el suicidio como un “acto heroico”, a mostrar a los suicidas como ejemplos dignos de seguir o de rendirles homenajes públicos –con servicios religiosos y publicidad incluidos- hay mucha diferencia. Y hacerlo cuando se lleva años sosteniendo que Allende o Balmaceda se suicidaron cometiendo un acto de cobardía o que deben endurecerse las penas para asesinos y abortistas es un contrasentido que no habla para nada bien de quienes defienden la causa de nuestros uniformados.
El mal sigue siendo mal, lo malo sigue siendo malo, aunque la mala acción la cometa uno de los nuestros. Y, desde luego, un acto cobarde sigue siendo cobarde si quien lo comete es nuestro amigo, nuestro colega o nuestro camarada de armas. Y reconocerlo es algo que engrandece.

 

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domingo, mayo 27, 2007

La tiranía de lo políticamente correcto

¿Será cierto? Fue lo primero que se me vino a la mente cuando hace unos días atrás abrí el diario y vi una foto del Comandante en Jefe de la Armada, Rodolfo Codina, vestido a lo Lavín adorando a la pachamama. Nada más y nada menos que en pleno Lago Titicaca gobernando una embarcación de totora, presumo que parte de la flota naval boliviana. Increíble. Una cosa es que el gobierno en sus afanes indigenistas y latinoamericanistas obligue a la primera autoridad naval del país a realizar una visita oficial a su par altiplánico. Otra muy diferente, es que el alto Oficial se aparte del protocolo –y por qué no decirlo, de la seriedad que debe mostrar un Almirante- y se disfrace de Evo Morales, dando un puntapié a la tradición de sobriedad que siempre ha mostrado Chile, y comportándose en extremo amistoso con las autoridades de un país con el que no tenemos relaciones diplomáticas, que reclama como suyo parte de nuestro territorio y que en todos los frentes –internos y externos, oficiales y no oficiales- insiste pertinazmente en una actitud hostil hacia nuestra Patria.
Pero claro, es de buen tono estar en buena con los aborígenes y el Almirante no podía hacer la excepción.

¡Y ay del que ose remar contra la corriente! Será catalogado de parias, insensible, retrógrado… será marginado del establishment y quizás hasta pierda el trabajo, como de hecho le ha ocurrido a más de algún profesor universitario por expresar alguna opinión “incorrecta”.
En esta misma línea tenemos el trato privilegiado que se da a las “minorías”. Discriminación positiva es el término que elegantemente se ocupa para referirse en realidad al hostigamiento que sufren quienes, según los parámetros aceptados por siglos y según las simples estadísticas, podrían considerarse personas o grupos normales. Es pecado mortal decirle ciego a un ciego, cojo a un cojo o marica a un marica. Para ser digno de recibir la aprobación social hay que hablar de “discapacitados visuales”, “minusválidos” o “gays”, expresiones que ciertamente tienen una connotación menos dura que aquéllas y le dan a características o conductas que son a todas luces anormales –reprobables o no- el carácter de normal.
Hablando de cojos, la semana pasada se realizó el tradicional desfile con que los alumnos de educación básica y media rinden homenaje a los Héroes de Iquique y a las Glorias Navales. Grande fue mi sorpresa cuando entre los alumnos perfectamente formados apareció desfilando una pequeña niña en ¡silla de ruedas! Loable que quiera manifestar su respeto y admiración a Prat y sus valientes. Pero por definición, quienes desfilan lo hacen de pie (según la RAE, desfilar: marchar en formación ante alguna autoridad; marchar: caminar con cierto orden y compás), no en silla de ruedas ni en camilla. Con dicho criterio bien podrían desfilar los enfermos de la UCI con el tubo de oxígeno y las botellas de suero a la rastra, lo que evidentemente, y al igual que lo hizo la pequeña en silla de ruedas, quitaría bizarría a la ceremonia.
El asunto es que con dichos actos se pretenden varias cosas. En primer lugar, exacerbar la cursilería y los sentimentalismos baratos entre la población –la muchachita fue aplaudida a rabiar por la turbamulta que presenciaba el acto- y, lo más grave, darle un carácter de normalidad a las cosas que no son normales. ¡Si tal como un ciego no puede trabajar de vigía o un sordo no puede ser telefonista, un parapléjico no puede desfilar! Y no se trata de excluirlos de la sociedad, sino simplemente de que tomen conciencia de sus limitaciones y no pretendan que pueden hacer una vida normal sin serlo.
Pasando de lo grave a lo derechamente perverso, dicha equiparación de lo normal con lo anormal en el plano de las limitaciones o defectos físicos creo que no tiene otra finalidad que llevar a las personas a aceptar como deseables situaciones “raras” de índole social o cultural. Es así como hoy en día es común escuchar acerca de los “distintos tipos de familia”, como si fuera equiparable la institución tradicional, padre, madre e hijos, con la relación, por ejemplo, entre un hombre casado y su amante. Tanto es así, que los medios –televisión católica incluida- ya no hablan de “la esposa”, sino lisa y llanamente de “la pareja”, sin importar si ésta es la señora, la novia, la polola, o derechamente la conviviente o “el” conviviente. Se ha planteado derechamente que las prostitutas –perdón, trabajadoras sexuales- tengan derecho a previsión. Se sostiene que los travestidos son mujeres y que la actividad sexual que ejercen es tan digna como cualquier otra. Se afirma que es deseable que las mujeres desciendan a los piques mineros o sean Infantes de Marina. Se acepta de buena gana que cualquier pelafustán puede ser legislador o alcalde. Resulta que ahora Carabineros no hace uso legítimo de la fuerza, sino que “acribilla” a los delincuentes, incluso en defensa propia. Incendiar bosques y maquinaria pesada ya no es terrorismo sino luchar por derechos ancestrales. Y todos aceptamos con una naturalidad preocupante que una gordita simpaticona sea la primera autoridad del país… o que la Cecilia Bolocco es una pobre e inocente víctima.
Y vaya uno a oponerse. La tiranía de lo políticamente correcto terminará aplastándolo.

 

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