miércoles, febrero 07, 2007

Malas artes

Las relaciones humanas son difíciles, ciertamente. Más difíciles aún, cuando un grupo de personas están empeñadas en algún objetivo común. Y si ese objetivo es disfuncional a lo establecido, la cosa se torna absolutamente cuesta arriba. Hay que pelear con la mal llamada “opinión pública” y contra todos aquellos que están enquistados en posiciones de poder (político), las que naturalmente, no quieren perder. También hay que lidiar con otros, por mucho que sean cuatro gatos con un membrete, a los que la gente percibe como organizaciones poderosas.
Es inherente a la naturaleza humana, no cabe duda. Hasta legítimo; supongo que nadie en su sano juicio quiere perder lo que ha logrado, con o sin esfuerzo.
Lo grave se produce cuando los enquistados, al verse acorralados –cual rata que cae en la trampa-, se coluden en contubernio unos con otros, e inventan todo tipo de artilugios, pasando por sobre la honra, la verdad, la historia, y hasta por sobre las leyes de Dios para lograr sus mugrosos objetivos. No trepidan en introducir todo tipo de cuñas, amenazar, e incluso, enemistar, en fin, valerse de cualquier medio para neutralizar al “enemigo”, por mucho que éste esté con Dios y con la verdad, y desde luego, con el sentido común. Es lógico pues, hay cosas que no resisten ningún análisis, por mucho que falte más de algún dedo de frente. Historias de data reciente hay muchas, las nueve mil toneladas de oro y el gas mostaza, por poner dos ejemplos que son de público conocimiento.
Lo verdaderamente penoso se produce cuando personas con bastantes neuronas se tragan el cuento enterito sin siquiera masticarlo. El resultado es la destrucción de familias, amistades, buenas empresas.
Afortunadamente, la verdad siempre triunfa, aunque no siempre sin dejar muertos y lágrimas por el camino.

 

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